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PELÍCULA: “UN MONSTRUO VIENE A VERME”. Una sesión psicoterapéutica en toda regla para sanar la herida de la despedida.

¿QUIERES LLORAR UN POCO? Pero no de tristeza, sino de la alegría que produce saber que los traumas se pueden disolver.

LA SANACIÓN ES COMO UN HORRIBLE MONSTRUO, porque viene a vernos para movilizarnos hacia el descubrimiento de la verdad escondida detrás de tantas mentiras.

En apenas 5 días he ido a ver esta película dos veces, cosa que nunca he hecho en mi vida. La primera con mi compañera paula, mi hija Amelys de 8 años y mi hijo Elián de 30 años. Todos lloramos amargamente, conmovidos por un despliegue magnífico de recursos netamente terapéuticos y muy bien utilizados por Juan Antonio Bayona el director español de la película “Un monstruo viene a verme”

La segunda vez la vi en Marbella, con Laura y Bruno, una pareja de amigos, mi hija Ailén con su novio e hija y María José, una mujer de más de 60 años que me dijo: “Desde que murió mi marido hace casi un año que no voy al cine”. La vi herida por esa despedida inesperada, y decidí invitarla al cine, consciente que la llevaba a una sesión de psicoterapia de despedida, sin que ella lo supiera.  En esta ocasión ocurrió lo mismo que en la primera vez, todos lloramos. Y al salir del cine, a María José se la veía consternada, me miró y me dijo: “que dura es esta película”, su cara reflejaba mucho dolor que se le salió a flor de piel a raíz de lo que la película expone.

Pero no es una sesión de tortura sino una sesión de gran liberación emocional ya que muestra como la sinceridad, la verdad y la autenticidad ante el dolor nos permite sobreponernos de manera natural. Nada más enfermizo que la mentira y el autoengaño a la hora de superar heridas, nada más dañino para uno mismo que ocultar las emociones o esconder los sentimientos.

Es la historia de un niño herido por algo que puede ocurrir en su vida pero que no quiere, muy profundamente herido por su misma capacidad de premonición que le hace ver en un futuro cercano un hecho trágico que no acepta: la posible muerte de su madre, una situación que no puede cambiar de ninguna manera, aunque en sueños lo intenta una y otra vez, y un desenlace que rompe su corazón en mil pedazos. Todo lo ve en sueños, pero el niño trae esa realidad onírica y futura al día a día, creando situaciones delicadas y dañinas para sí mismo y su entorno en la vida cotidiana.  El niño hace lo intenta, pero la impotencia, la indignación y la ira se apoderan de él. Es en esos momentos de depuración nocturna, cuando los sueños limpian el inconsciente de lo reprimido, aparece este monstruo sanador para contarle historias que parecen no tener nada que ver con su realidad, pero que en el fondo le hace ver con implacable sabiduría y paciencia aquello que el niño oculta y que contiene el secreto de la solución. Las tres historias contienen un profundo contenido reflexivo, el monstruo se las cuenta con una voz imponente, es el tono de la verdad, usando palabras tan duras como bondadosas porque están destinadas a preparar el terreno para la cuarta y dolorosa historia que el mismo niño deberá contar al monstruo.  Es la historia de aquello que siente.

Este niño llamado Conor que se encuentra ante el trauma de la perdida, representa a todo niño humano. Cada niño humano se enfrenta a muchos tipos de traumas que no puede integrar en el marco de la pureza e inocencia que caracteriza su corazón.   Por lo general, cuando un niño no comprende un hecho doloroso, tiende a echarse la culpa a si mismo, de esta manera configura un sistema de autocastigo que pueden llevarle al límite de querer morir o incluso suicidarse. Pero como todo niño, que tiene un ángel sanador dentro de sí mismo – y gracias a una madre que desde siempre le había contado historias con fondo filosófico y reflexivo- logra conectar en sueños tanto con el alma de su madre que quiere que él se sane del dolor que siente, como con la parte de sí mismo que quiere a toda costa comprender para poder continuar su vida de manera natural.

Ira, impotencia, tristeza, desesperación, miedo, indignación y culpa, son los condimentos característicos del sufrimiento humano ante aquello que no aceptamos y que por rechazarlo nos condiciona para siempre a sufrir.

Esta película es todo un proceso psicoterapéutico en sí mismo, poco a poco va haciéndonos entrar en tema y nos prepara para llegar al momento de la gran cirugía, la extirpación de la mentira y el aparecimiento de la contundente verdad. Cuanto dolor se siente cuando nos damos cuenta que lo que creíamos no era verdad. Por eso el monstruo le mira con amor y comprensión y le anima a atreverse a sacar lo que llevaba dentro. Eran unas ideas guiadas por la percepción del error. La verdad era que nada ni nadie se había equivocado y que todo lo que estaba ocurriendo era solo parte de la vida, que tiene una extraña manera de demostrarnos lo perfecta que es.

Cada noche cuando llega una determinada hora es cuando aparece el monstruo en sueños, es la misma hora en que ocurrirá la tragedia, y representa de alguna manera el hecho de que a todos nos llega la hora de ver, de enfrentarnos al monstruo de la verdad.  Es contundente, la verdad no puede ser pospuesta por el alma de quien quiere sanar sus heridas. La verdad es tan dura como liberadora, pero las mentiras que protegen o esconden la verdad deben ser apartadas cuando estamos listo para ver.

La verdad era tremenda, Conor no podía salvar a su madre, su corazón gritaba “por favor no te vayas, te quiero conmigo”, pero no poder salvarla no suponía que él fuera culpable, se dio cuenta de su inocencia y lo aceptó ya que entendió que esa era la obra de la vida que a él le había tocado, solo debía aceptarla, oírla, sentirla… y dejarla marchar. Esto es disolver el trauma.

Para este niño, la grave enfermedad que padece su madre es la escenografía perfecta para comenzar a convertirse en un hombre que decide ver y sentir, y que de esta manera comienza a comprender la vida; es algo que nos ocurre a casi todos, pero no todos tenemos la fortuna de atravesar esos duros momentos a corazón abierto. Los traumas son expertos en cerrar el corazón, y el niño navega por las dos posibilidades, la de aceptar o rechazar, las de dejar marchar en paz a su madre o quedarse atrapado en el apego que genera el rechazo.

Cada persona de esta humanidad esconde a un niño profundamente herido, y la mayoría de ellos sufriendo o tremendamente atrapados en algún momento de su vida, fue la hora en que no supieron resolver el trauma.

Por ello esta película me parece estupenda para comprender algo muy simple pero profundo, que es necesario ir hacia atrás para abordar el estado interior del niño que llevamos dentro, el trauma ya ha ocurrido y no se puede cambiar, pero el dolor persiste porque, aunque tratemos de mil maneras al trauma, este no se puede quitar, está instalado en algún lugar oculto; solamente abriendo la herida que está alojada en el corazón del niño se podrá acceder al núcleo del dolor. Allí y en ese momento es cuando se disuelve el sufrimiento y se transmuta en amor.

Abrir la herida es abrir el corazón.

Conor lo hace con admirable valentía, y demuestra que por más niños que seamos, y por más herido que esté el niño interior, siempre hay un sustrato de coraje listo para salir y actuar a favor de la sanación.

 

Dedico este post a mis hijos Ailen, Elian y Aneley.

Alberto José Varela

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Alberto José Varela

Fundador de empresas y organizaciones; creador de técnicas, métodos y escuelas; autor de varios libros. Estudiante autodidacta, investigador y conferencista internacional, con una experiencia de más de 40 años en la gestión organizacional y los RRHH. Actualmente crece su influencia en el ámbito motivacional, terapéutico y espiritual a raíz del mensaje evolutivo que transmite.

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